Texto: Javier Vidal

Imaginaos una fotografía de la Tierra, una pelota gorda y azul sustentada por una fuerza invisible que gira imparablemente en torno a una enorme estrella sin saber demasiado bien por qué, pero que con cada vuelta nuestra piel se aja y el pelo pierde brillo y nuestro ojo derecho se inflama un poco más. Eso no nos lo contaron los de la NASA….. pero no tiene nada de ciencia ficción.

Ampliemos la imagen. Ahora distinguimos perfectamente los perfiles costeros de un país que, de manera aleatoria y debido a movimientos geológicos opuestos e imparables, han dado forma de cabeza, con su nariz y barbilla casi humanas, a un lugar donde la cultura es ocio y el toreo arte.

Pero sigamos. Seleccionemos un 150% de la imagen hasta hacer bien visibles una enorme papilla de luces sobre una ciudad hacia la que muchos conducen su destartalado coche cuando necesitan algo y la que, suponemos, alberga posadas y sueños para todos, aunque en la mayor parte de los casos estos últimos no son más que la confirmación de que vivir en el delirio de un futuro plausible es simplemente perder el tiempo o que ser joven es sinónimo de gilipollas. Despertad. El romanticismo se acabó con Steve Jobs.

Pero no perdamos el hilo y acerquémonos al asfalto pintado de blanco de la Castellana, atravesemos el campo electro-cancerígeno de las farolas, observemos con la precisión del Google Maps la calle Félix Boix y el ático de Francisco Umbral en la Costa Fleming (Provincia de Madrid Capital). Podemos colarnos por la ventana que dejaron abierta las ninfas en un descuido y disfrutar de las intimidades de alguien. Sus columnas de libros, ese sillón de mimbre igualito que el de Emmanuelle, un par brillante de botas Chelsea, una calavera sin cráneo llena de flores violetas, el ruido de unos dedos martilleando las mullidas letras de una Gabriella 25 gris tirando a blanco…..

En realidad, ¡qué palabra más extraña!, todas estas reliquias no son más que recuerdos porque el mundo, la nariz, las luces, la ciudad, la calle y la casa siguen existiendo pero su propietario mandó a tomar por culo todo un 28 de agosto de 2007 y anda disperso, como los miembros de los cadáveres a las afueras de Las Vegas, entre las páginas de sus innumerables libros, ensayos, artículos, entrevistas y la memoria de algunos que nos empeñamos en no olvidarle.

Mister Francisco Umbral, o Paquito Umbral como le llamaba mi padre o simplemente el Sr. Umbral (este último, muy probablemente, le pondría de mala hostia) y con esto no me refiero a ese personaje un poco grotesco que repetía como una marioneta y con mucha razón aquello de “…he venido a hablar de mi libro…”mientras el público se descojonaba con sonido de risas enlatadas. De Mercedes M. mejor no decir nada…

Si ampliamos esa imagen, ya un poco pixelada por el paso del tiempo, de un hombre con pinta de enterrador y que parece que le hayan estirado los miembros por las muñecas con cuatro cuerdas atadas a cuatro caballos, quizás veamos a un madrileño incapaz de encajar lejos de los márgenes de su columna de El País, bien lejos de los comebolsas y trapicheos del poder, gafotas de culo de botella de brandy y cara “flanosa” parapetado entre dos matas de pelo blanco sobre unos hombros conectados con Lord Byron, Valle Inclán, García Lorca y curiosamente Cela, con tendencia a la provocación (impagable el momento en que, ante la pregunta “ ¿Qué es lo que te gusta de Madrid?”, responde que sus fruterías y en particular las manzanas de la televisión mientras muerde una bien roja con un ruido de cráneo partido y mira a cámara con expresión mitad proxeneta, mitad niño), fanático del sexo, las mujeres, las erecciones y la viagra, o más bien de la segunda y la cuarta a poder ser, con voz de caverna y saliva de fuego ante preguntas idiotas, extintor de nieve sobre párrafos de una belleza inalcanzable, algo cursi ( ya se sabe que los cursis envejecen peor) y amante del pelo, partículas humanas más importantes que el amor y la amistad y …….¡¡qué sé yo!!

Sigo profundizando en el personaje o mito o persona u olvidado y las luces de la ciudad se encienden a ritmo de tarde de sábado. “Mortal y Rosa” aparece brillante en mi teléfono, esa especie de poema novelado, o novela lírica donde un padre, que ve apagarse a su hijo todos los días un poco, deshoja los días y escucha crecer a un niño que se muere. Y es entonces cuando lo entiendo, que es por culpa de las palabras escritas que nunca llegamos a olvidar a alguien, aunque desaparezca o el rosa se transforme en oscuro casi negro y la noche llegue a la Costa Fleming, amenazadora, de puntillas pero con una promesa; Que el mundo sigue girando y que si el día se acerca significa una sola cosa: estamos vivos porque tenemos recuerdos y a veces somos felices si podemos seguir leyendo. Gracias Paco.