Por Manuel Rodríguez

@ManuRodriguezCC

La democracia surgió en el Mediterráneo. A menudo se nos olvida, pero si de algo podemos estar orgullosos los pueblos del sur de Europa es de haber exportado al mundo la idea de que las multitudes pueden gobernarse a sí mismas de manera ordenada y funcional. Por supuesto en otros lugares del mundo han existido comunidades con sistemas de gobierno democráticos, como en algunas zonas de África o algunas tribus indias de Norteamérica. En muchos casos el “Gran Jefe” que vemos en los clásicos Westerns no es un caudillo militar, sino un mandatario de la asamblea y su portavoz.

Pero volviendo al área geográfica unida por el Mare Nostrum, hay un hecho diferencial con los territorios cercanos que permitió que la democracia surgiera en Grecia entorno al S. VI a. C.: las plazas. Parece una obviedad, pero la configuración urbana de las sociedades humanas tiene incidencia en su manera de organizarse (y viceversa). En una época de imperios, reyes, sátrapas y oligarquías, el surgimiento de la democracia tiene mucho que ver con que existiera un lugar donde la población se reunía para hacer negocios, debatir, asistir a juicios y mucho más. Esas plazas, como el ágora griega o el foro romano, eran el punto de reunión de amos y esclavos, de patricios y plebeyos y en general de toda la actividad pública, independiente del origen de la persona.

Puede que la democracia ateniense y la república (“res publica”, la “cosa pública”) romana nos parezcan ejemplos lejanos pero, ¿tenemos otros ejemplos de cómo la ciudad condiciona el desarrollo de la democracia? Os traigo tres:

En España existen unos 8000 municipios, de los cuales hay un importante número de pueblos de pocos habitantes. La ley 9/2009 de 22 de diciembre, desarrollando el artículo 140 de la Constitución Española, prevé que aquellos pueblos de menos de 100 habitantes puedan gestionarse por régimen de concejo abierto. Esto significa que sus vecinos y vecinas se reúnen y toman los acuerdos pertinentes, sin necesidad de un ayuntamiento con alcaldes, concejales, etc como en otras entidades locales. Lo verdaderamente mágico es que aún hoy en muchos pueblos del norte de España sabemos que las deliberaciones vecinales y los grandes anuncios se hacen debajo de importantes árboles: en Vizcaínos de la Sierra (Burgos) los ancianos se reunían en concejo abierto bajo una “gran olma” que se secó en los años ochenta a causa de la grafiosis. En Cantabria se conocen dos nogales, un olmo y cinco robles o encinas con funciones similares. Esta tradición del “árbol-concejo” nos evoca las reminiscencias de los pueblos Celtas, cuando los druidas se reunían bajo los árboles para tomar las grandes decisiones. Todavía hoy, por cierto, el Presidente de Euskadi, el “Lehendakari”, debe jurar su cargo bajo el que probablemente es el árbol más famoso de la política española: El Árbol de Guernica.

La existencia de plazas en nuestros pueblos y barrios está muy vinculada a la cuestión climática: en el sur de Europa hay buen tiempo la mayoría del año y podemos hacer vida en la calle. Pero, ¿qué ocurre con los países donde la climatología pone trabas a la discusión pública? Si miramos a nuestros vecinos de Reino Unido, la respuesta es clara: el pub. Estos característicos bares, amplios, cálidos y confortables, no solo sirven para tomar cerveza, comer y jugar a los dardos. Las “public houses” (de ahí viene la palabra “pub”) han desarrollado también funciones civiles, como debates, votaciones, matrimonios, divorcios… y conspiraciones. En nuestro país también hemos tenido eventos políticos memorables en bares, como las tertulias filosóficas del Café de Oriente o la fundación del PSOE en el bar Casa Labra, cercano a la Puerta del Sol. Hoy día iniciativas como Beers&Politics o Cervecívica tratan de devolver a los bares su papel de debate y reflexión colectiva como verdaderos “parlamentos” de barrio, donde la gente puede expresarse y escuchar con una cerveza en la mano, alejada de los formalismos de las instituciones.

Finalmente, no debemos olvidar que hace 10 años las plazas se volvieron a llenar de debates, reflexiones y deliberación pública. El 15 de mayo de 2011 comenzó el movimiento 15M o “Movimiento de los Indignados”, que llevó a plazas de toda España conversaciones y debates sobre qué merecía la pena ser cambiado en este país. Las acampadas se extendieron por sitios emblemáticos como la Puerta del Sol o las Setas de Sevilla, devolviendo a las plazas su origen “ateniense” y romano: ser lugares en los que hablar con los demás. Posteriormente se crearon las asambleas de barrio acercando a la gente la posibilidad de reflexionar sobre lo que les rodea. Plazas, escuelas y locales de toda España se llenaron de palabras.

A 2500 años del comienzo de la democracia ateniense, 30 años tras la muerte de la olma de Vizcaínos de la Sierra y 10 años del surgimiento del 15M, podemos mirar nuestras plazas, árboles y bares y preguntarnos ¿dónde comenzará la próxima revolución?

Manuel Rodríguez

Politólogo, consultor político y de innovación social en Cámara Cívica.

@ManuRodriguezCC