En el verano de 1979 el Madrid afrontaba la remodelación del estadio de cara al Mundial 82 y otros grandes retos: volver a ser un equipo temido en Europa e intentar llenar el tremendo vacío que Santiago Bernabéu había dejado tras su muerte. Se buscaba un fichaje estrella para dar un golpe de efecto. Sobre la mesa rondaban las fichas de un francés de 24 años llamado Michel Platini, el italiano Paolo Rossi de 23 años o Zbigniew Boniek de 23, jugadores en equipos modestos que fueron ignorados. Al club de Chamartín llegó el ofrecimiento de un extremo londinense de origen jamaicano de 23 años aún desconocido para el gran público llamado Laurie Cunningham. Laurie había despuntado en el humilde Leyton Orient antes de formar parte del temible West Bromwich Albion, tercero en la liga inglesa y que eliminó al Valencia en la Copa de UEFA con tal exhibición de Cunningham que se ganó el debut con la selección inglesa.

Entre 1977 y 1982 el dominio británico era total. El Liverpool, Nottingham Forest y Aston Villa levantaban 6 Copas de Europa de forma sucesiva. Un jugador inglés era un valor seguro. Para cerrar el traspaso, los enviados del Real Madrid se reunieron con los del WBA en casa del entrenador Ron Atkinson (el mismo que en 1988 le duraría a Jesús Gil 90 días al frente del Atleti) pero ni los ingleses sabían una palabra en castellano ni los españoles en inglés. Así pues ambas delegaciones comenzaron a escribir sus cifras en un papel, los británicos pedían un millón y medio de libras, los enviados blancos escribieron en la hoja 250.000 justo cuando el perro de Atkinson ladró lo que le sirvió a éste para añadir con su habitual flema: “hasta mi perro sabe que esa cifra está mal”. Finalmente el WBA se llevó un millón de libras (unos 127 millones de pesetas de la época), el traspaso más caro del Madrid hasta entonces y el primer jugador inglés en 77 años de historia blanca.

Su adaptación al equipo fue sorprendentemente rápida, su impacto en el juego inmediato y la afición lo acogió con los brazos abiertos. Laurie era vertical, imparable en carrera y con un dribbling en velocidad que recordaba al mítico Paco Gento. Pronto se ganó el apodo de La Perla Negra. En aquel Madrid de los García, Cunningham y Juanito ponían la chispa, dentro y fuera del campo. Fue precisamente el malagueño uno de sus mayores apoyos en el vestuario. Compartían orígenes humildes, haber peleado mucho para llegar allí y una gran afición por la vida nocturna. Laurie había compaginado el fútbol con los concursos de baile en su Londres natal, que se convirtieron en su principal fuente de ingresos antes de dar el salto al fútbol profesional. Sus arrancadas por la banda, sus giros en velocidad, su increíble agilidad…¡Cómo se movía el joven Laurie en el campo!.

A los 8 meses de llegar a España, La Perla Negra consiguió algo único: el Nou Camp en pie ovacionando a un jugador del Real Madrid. Sucedió un 10 de febrero de 1980 y así lo recogía Alfredo Relaño en su crónica: “El único consuelo para el público barcelonista fue el disfrute del espectáculo que ofrecía Cunningham cada vez que el balón le caía en los pies y sus recortes a las espeluznantes entradas de Zuviría, sus súbitas arrancadas y sus alardes de dominio de balón fueron premiados con ovaciones como si el partido se disputara en el campo del Madrid”. Laurie se había ganado para siempre un lugar en el corazón de la afición blanca.

La temporada 79/80 finalizó con doblete en Liga y Copa, en su primer año en Madrid Cunningham brilló anotando 12 golazos. La temporada siguiente volvió en gran forma, en los primeros 14 encuentros del ejercicio anotó 7 tantos. Todo iba como la seda hasta el 16 de noviembre de 1980.

En el minuto 12 de un Betis-Real Madrid, el veterano defensa local Bizcocho realiza una dura entrada a Cunningham pisando su pie derecho y rompiéndole el dedo pulgar. Comenzaría entonces un auténtico calvario que duraría año y medio: en dos ocasiones pasaría por el quirófano para operarse el dedo roto y otras dos una rodilla. En todo ese tiempo Laurie apenas pudo jugar, y siempre infiltrado, la final europea del Parque de los Príncipes ante el Liverpool y la de Copa del 82 frente al Sporting de Gijón y otra media docena de partidos más. Su tiempo en el Madrid se fue agotando en una espiral de lesiones, sanciones del club por salir de noche estando escayolado, la tragedia familiar del asesinato de su cuñada y dos de sus sobrinas en el verano del 82 y una sensación creciente de frustración que le hizo perder aquella sonrisa de sus primeros tiempos en Madrid. La imagen de un Laurie solo en una habitación de hospital tras su primera intervención quirúrgica es la de una persona triste que no recibió la visita de ningún compañero o familiar, que no tenía agente y cuya novia de muchos años había vuelto a Londres, estaba solo.

Desde sus inicios en el Leyton Orient había tenido que luchar contra el racismo en el fútbol inglés llegando a encararse con los elementos de extrema derecha desde el campo y esa impronta luchadora (que a día de hoy le ha convertido en un icono como pionero en la lucha contra los abusos racistas) le acompañó en su errática carrera una vez dejado el Real Madrid. Sin echar raíces en ningún sitio y aún regalando destellos de aquel jugador llamado a ser el nuevo George Best, la carrera de Cunningham continuó en lenta decadencia hasta la fatídica madrugada del 15 de julio del 89 (justo 10 años después de su presentación con el Real Madrid) cuando perdía la vida en el kilómetro 6,5 de la carretera de La Coruña. Tenía solo 33 años, una nueva familia madrileña, el cariño de quienes lo conocieron, una zurda de seda y también una maldición que impidió que llegara a ser uno de los mejores de siempre. Como su excompañero Vicente del Bosque recordaba en el fantástico documental ‘First Among Equals’ que la cadena ITV dedicó a Laurie en 2013: “tenía unas condiciones similares a las de Cristiano Ronaldo”.

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