Interior tarde.
Planta sexta, puerta D. 23/04/1956. 18:11h
Gira la llave y la puerta abierta deja ver la luz de primavera en el living, animando el naranja de la tapicería. El tacón de un zapato es una antena en el aire. En la alfombra, la huella profunda de minúsculos círculos anuncia el uso habitual de esos soportes y la rotundidad del cuerpo de la propietaria.
– Darling? Darling?
La respuesta está en el sofá, acurrucada sobre un libro. La falda tubo ha encontrado un nuevo sitio y, a medio muslo, enmarca el final de unas medias tensadas por ligas rosas. La lectora concentrada sigue con la uña roja del índice una línea. Un sándwich a medio comer ha dejado escapar el queso fundido que transforma en isla una botella de Coca-cola. Aún huele a pan quemado. Algo le hizo olvidar desconectar a tiempo la tostadora. Las raspaduras negras del pan de molde motean el plástico verde de la encimera y se esparcen por el suelo.
– Darling!
-Ah, shuusss… un momento… “I discover myself on the verge of a usual mistake” pronuncia sin levantar la vista, lanzando postales que cruzan el espacio y terminan cayendo delante de los zapatos reglamentarios.
Greetings from New York destaca sobre un mosaico de imágenes de la ciudad. Mientras levanta la postal del suelo, rememora esos días: el ascenso y España parecían aparejar premio y reconocimiento a su entrega bélica; eran la envidia de todos, un orgullo para padres y suegros.
Mississippi Falls, los parques nacionales del oeste…desde Cuyohoga Valley a Cap Biscayne con el arrebato de sentimientos que se desencadenan ante un final no elegido. Postales que compraron por duplicado en cada uno de esos sitios, postales que no se mandarían, que quedarían en blanco y que, cada mañana, confirmaban en la caja de los drugstores, sumadas a la cuenta del café, las tostadas y los huevos revueltos con bacon, una nueva noche que no querrían olvidar. En esas noches, Walt Withman les acompañó hasta el sueño: y sus voces se fueron alternando en la lectura de unos versos que exaltaban la vida y la naturaleza en una ceremonia de despedida perfumada de whisky. Los teléfonos de las gasolineras se encargaron de mantener la excusa inventada, mal hilvanada, insostenible, mientras caían las monedas. Pero las ganas de no querer ver funcionaban a diario y en la vivienda unifamiliar de la colonia militar de Dallas, una voz nasal le animaba con los resultados del curso de formación. Y el viaje seguía; solo ese pelo cepillo que reflejaba el retrovisor le recordaba quién era y sentía el peso ilusorio del arma. Y el viaje seguía.
En el sótano del Strand supieron que esa edición del cincuenta y ocho de Leaves of Grass era el destino de esas postales. En el banco de Union Square, la rareza de la pieza se revelaba evidente. Era uno de los setecientos noventa y cinco ejemplares encuadernados, de los ochocientos que el poeta afirmó que se habían impreso. Pero la tela verde, estampada en dorado, con cortes dorados… era una exclusión más: solo doscientos ejemplares habían salido vestidos con un lujo acorde a la exaltación de la vida de esos días de viaje y naturaleza a la que ellos estaban poniendo fin. En la primera de guardas, un nombre y una fecha: Thomas Bucher, 1855. Y fantasearon con la biografía de ese primer y temprano comprador. El dolar salió cruz y fue él quien arropó el libro en la bolsa entre un par de camisetas.
El viaje había volado por el aire, desgranado a su pies. Se tarda en comprender la verdad.
“So long, darling”.
Al cerrar la puerta consideró que, por primera vez desde que había llegado a la base de Torrejón, la luz del pasillo de Corea también iluminaba.
Koldobike Glazier (Historiadora del libro y del coleccionismo) – https://lopez-vidriero.es/