A menudo pienso que este mundo es demasiado veloz. Vamos corriendo a todas partes, hablamos mucho y estamos super conectados, pero hemos dejado de prestar atención. Una vorágine de noticias, mensajes, redes sociales y novedades arrasan nuestra capacidad de escucharnos. Vivimos rápido y acumulamos calorías vacías de información, engordando la lista de tareas y planes pendientes que jamás haremos. Corre que te corre, sin perder un segundo, sumando cada día más responsabilidades. Nuestra capacidad para disfrutar de algo tan sencillo como el primer sorbo de café de la mañana se va diluyendo mientras tratamos de dejar a cero las notificaciones del móvil.

Me gusta imaginar que la Revista Alexander es un ancla al tiempo para uno. Una invitación a detenernos y dejar de “hacer cosas”. Quiero pensar que esta revista nos obliga a pausar el reloj, fondear en la costa y, sencillamente, disfrutar del paisaje al abrirla. Te sugiero pedir un café o una caña en tu bar favorito, tomar asiento y ojear estas páginas, dejando de atender unas notificaciones que, con toda seguridad, serán menos urgentes que el sencillo disfrute de una lectura sin apuros. Te imagino recuperando la tranquilidad y la curiosidad que nos fueron arrebatadas por el calendario y el 5G, dos sustantivos tan innatos como ajenos. Fuera de los márgenes de esta lectura que ahora inicias, la vida va a seguir igual, con sus rutinas, sus prisas y sus tempos, vivace, presto o prestissimo. Como decía Einstein, «el tiempo es relativo» y, en este paréntesis que te ofrecemos, el tempo es otro, pausado y recuperador.

Parece lógico hacer referencias temporales en este número 12 de Alexander. Las agujas del reloj marcan doce horas, doce meses del año, doce signos del zodiaco, doce apóstoles, doce tribus de Israel y doce dioses del Olimpo… el número doce, además de representar tiempo y medición, simboliza el orden y el bien, la perfección absoluta. ¡Casi nada! El doce está presente en el Salón de Pasos Perdidos del Palacio de Justicia, sede del Alto Tribunal de Madrid, simbolizando el camino recto, perfecto y divino de los magistrados ante tanta imperfección humana. Todos sabemos que la perfección absoluta solo habita en la novena de Beethoven, el pelo de Brad Pitt y las botas de Di Stéfano, verdaderos dioses del Olimpo capaces de detener el tiempo. Los demás solo podemos soñar con construir paisajes imperfectos, que quizás algún día, cuando pase el tiempo, se conviertan en lugares hermosos y felices en los que habita la calma.