Cuando yo era niño mi padre tenía su despacho de representación comercial en un bajo de la calle Doctor Fleming. Para mis hermanos y para mí aquel barrio –medianamente distante de nuestro domicilio– resultaba poco menos que mítico por esa y otras circunstancias. Aprovechando visitas de fin de semana recuerdo haber merendado las primeras tortitas con nata servidas en la ciudad en un Woolworth –hoy desparecido– o probar el Kentucky Fried Chicken en el primer local que se instaló en Madrid y que poco o nada tiene que ver con los actuales fast-food que florecen por doquier.

También los viandantes eran singulares: extranjeros millonarios que salían de coches deslumbrantes –recuerdo la visita al despacho de un amigo druso libanés de mi padre dedicado al menos al tráfico de oro-; putas de lujo –si es que cabe este oxímoron-; y toda una fauna que florecía por las noches a la luz de los neones. Para nosotros era un teletransporte a un barrio de una ciudad extranjera.

Si me hubieran preguntado por la ubicación de la taberna de la Guerra de las Galaxias –estrenada en aquellos mismos años– no lo hubiera dudado: en la Costa Fleming. Hasta el nombre nos parecía extraño y sugerente.

En esta trama urbana, tejida con nombres americanos, recuerdo también el descubrimiento del Eurobuilding, un complejo hybrid building avant la lettre, que encarnaba como pocos el ambiente cosmopolita y optimista que respiraba el barrio. Recuerdo haber visitado sus tiendas interiores donde mi padre hacía negocios, y haber comido o merendado en sus luminosos vestíbulos y restaurantes, décadas antes de saber que este edificio era obra de Eleuterio Población, un profesional tan extraño en nuestra geografía como el barrio donde se enclavaba su obra.

El siempre bien informado Salvador Pérez Arroyo se refería a este perfil agrupando en su texto a varios profesionales junto a Antonio Lamela:

«(…) su actitud profesional y su interés por una arquitectura de gran efectividad técnica, le convierte en un arquitecto de innegable valor. Junto con Fargas y Tous o Eleuterio Población, autor de edificios como el teatro en el recinto de la Expo de 1992 en Sevilla o el Edificio Beatriz en Madrid, representan ese tipo de oficinas que cumplen un innegable papel en la construcción de un producto siempre de alta cualificación; producto que representa lo mejor de una sociedad civil a la que debemos poco a poco acostumbrarnos en España». (SPA. Los años críticos. 10 arquitectos españoles. Fundación Antonio Camuñas. Madrid, 2003. p. 50.)

Ciertamente, y a pesar de esta referencia, sigue pendiente la recuperación del papel de Eleuterio Población en la modernización profunda –tecnológica, programática y urbana- de la arquitectura española de aquellos años. Ejercicios como el edificio Beatriz, XXX, o este Eurobuilding –y su hermano al otro lado de la Castellana– contribuyeron a la definición de otra escala de ciudad. Y con ella a la superación –al menos parcial- del carácter pueblerino y casposo del Madrid desarrollista.

Hoy el Eurobuilding se ha renovado con restaurantes de lujo y un rejuvenecimiento de su hotel. Su carácter novedoso y transgresor siempre estuvo latente. Incluso podría decirse que algunas de las decisiones más recientes –como la aparición de las escaleras de incendios, ahora inevitables precisamente por la generosa configuración del conjunto- o la renovación de las celosía de fachada por piezas menos nobles que las que había, le han restado heroicidad y abstracción.

No obstante el edificio se yergue todavía orgulloso y en alguna medida autista. Como esos deportistas de élite extranjeros que militan en los clubes españoles pero que temporada tras temporada se niegan a aprender el idioma del país que les acoge y les paga.

Eduardo Delgado Orusco