Fernando Cler (Fernando Cler Relojeros)

Ocurre que en la Costa Fleming hay un reducto del tiempo que pasa sin pasar. Un tic-tac en las manos de un jardinero viviendo de espaldas a las estaciones. Un artesano que consigue hacernos entender que un reloj antiguo no es un regalo, sino que a nosotros se nos concede la oportunidad de observar lo que escapa al rigor de la agujas. Años, esferas y vidas que se detienen en la calle Pedro Muguruza nº4.

De una manera u otra, el tiempo siempre ha sido una preocupación para el hombre. Relojes de sol y arena, de bolsillo, péndulo o pulsera, de mesilla de noche o incluso atómicos, todos ellos sirven o sirvieron para medir una magnitud escurridiza que parece detenerse en el quirófano de Fernando Cler, primer espada de la relojería en España. Dedicado desde que era un joven aprendiz —ahora tiene 73 años— a alargar la vida de relojes, cajas de música, autómatas, cronómetros marinos,… Aquí son bien recibidos todos: Patek Philippe, Vacheron Constantin, Jaeger Le Coultre, Rolex, Blancpain, Audemars Piaget,…pero sobre todo hay amor y dedicación por las tripas de esas máquinas únicas, los mismos que siguen cumpliendo con su cometido doscientos años después de que el artista les diera cuerda por primera vez.

Así es como Fernando Cler atrapa el tiempo; apaga el móvil, baja al taller y reemplaza coronas, ruedas de escape y placas dejando intacto el corazón de los segundos. La garantía de un verdadero artesano con tradición relojera familiar de más de un siglo. Por supuesto, lo hace en soledad, con algún aria de Bach saliendo de los altavoces y ampliando, con la ayuda de la lupa, ese maravilloso mecanismo invisible que reside en las tripas de los relojes. Y los devuelve a la Inglaterra del paisajista Turner, o al París de Víctor Hugo, y se pregunta por el desdén que se tiene hacia lo viejo en la época del Apple Watch. Será porque «los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre». Y mucho menos para un profesional reputado que trabaja a deshoras, igual que un niño descifrando un oficio en vías de extinción.

El mes de julio es preámbulo del verano detenido. Este mes es para Fernando Cler, el relojero de mi barrio.