Alfred Gradus (Alfredo´s Barbacoa)

Todo Madrid sabe que las hamburguesas son tan españolas como la paella y la tortilla de patatas. Para comprobarlo sólo hace falta darse una vuelta por cualquier rincón de la ciudad. Están por todas partes. Algunas incomibles, otras dignas de menú gastronómico, o relegadas al fondo de los congeladores de cualquier supermercado. Sin embargo, cuando uno piensa en La Meca de este sándwich relleno de vacuno molido con la forma de los Estados Unidos despojados de sus bordes con un vaso, uno no puede evitar pensar en Alfredo’s Barbacoa. Y es que este negocio, nacido bajo el sombrero de cowboy de Alfred Gradus se ha convertido, con el paso del tiempo, en un lugar tan emblemático como Casa Lucio o L´Hardy.

Desde 1981, año en el que abrió su primer restaurante, el negocio familiar —los postres corren a cargo de Ana María, la mujer de este llanero— ha ido engordando hasta recaer en la calle Juan Hurtado de Mendoza 11, encrucijada donde la bandera de Texas se intercala con lo más castizo de la Costa Fleming y comer rico, sano y a la parrilla es una religión que admite cualquier credo. Así es como todos terminamos por sucumbir a los encantos de la BBQ siempre súper doble, por supuesto, o a la Veggie de proteína de guisante con pan alcachofa. Aquí no se queda nadie con hambre, y además pide una tarta casera de chocolate y vuelve para celebrar la comunión de la niña. En castellano, claro.

Retrotrayéndonos en el tiempo, podemos imaginar a un barbilampiño Alfred —los españoles le añadieron la o cuando decidió quedarse por un amor de 250 gramos— sudando barras y estrellas en la cocina de la base militar de Torrejón de Ardoz, epicentro de la cultura americana en territorio patrio y que, de alguna manera un tanto extraña, es el origen de nuestro barrio encajonado a orillas del Edificio Corea y el Bernabéu. Ahí depuró su técnica, comprobó la cara de felicidad de los comensales antes de partir a hacer la guerra y se decidió por tomar el camino de la paz y la felicidad que otorgan la mesa, el mantel y la familia.

Hoy, ya retirado de sus quehaceres cotidianos y siempre impecable en su atuendo de rodeo nocturno, Mr. Gradus nos recuerda con cada bocado y cada “hmm” que la vida es demasiado corta como para perderse una hamburguesa con queso al ritmo de Merle Haggard o incluso Camarón. Aquí, en el Bronx, en San Fernando (California) o frente al Parque de San Fernando (Costa Fleming).