Ground control to Major Tom” cantaba David Bowie. En el último enlace con la nave espacial le pedían al astronauta que iniciara los motores y se encomendara a Dios en una última misión: establecer contacto desde el punto más lejano de la galaxia conocida. Dejaba atrás el mundo material, su casa, su mujer y sus hijos para iniciar un viaje a las estrellas adentrándose en el espacio infinito. Hacía 13 años de aquello y un día, derrotado por un profundo sentimiento de soledad, abrió la escotilla y saltó al exterior de la nave en un intento desesperado de comunicarse con alguien o con algo. Un grito hueco resonó en el interior de su casco empañando el cristal del Mayor Tom y lloró. Al recobrar la calma, cuando su respiración volvió a la normalidad, el vaho se disipó y una respuesta inesperada apareció ante sus ojos.

La ballena de los 52 hercios es el animal más solitario del planeta. Fue descubierta por William Watkins en 1989 dejando desconcertada a la comunidad científica. Su inusual comportamiento y su particular canto no concuerda con los de las demás ballenas. Estos animales solitarios viven 200 años cantando para comunicarse con sus congéneres y para encontrar pareja. Ondas sonoras que viajan miles de kilómetros a través del océano. Pero la ballena de los 52 Hz lo hace en una frecuencia mayor que los demás cetáceos. Cambia el ritmo, la secuencia y la duración de sus ondas y éstas no pueden ser escuchadas por las demás ballenas ya que su canto es tan agudo que hace imposible que sus congéneres puedan contestarla, ni por tanto, encontrar pareja y reproducirse. Se trata de una triste canción de amor sin respuesta. La melodía del último ejemplar de una especie que se extinguirá cuando muera.

Aislados y privados de compartir, el astronauta Tom y la ballena de los 52 Hz se encontraron en la portada de este número 13 de Alexander, que hemos querido dedicar a uno de los problemas sociales que afecta cada vez a más personas en nuestra ciudad: la soledad no deseada. Cuando convive con nosotros y no ha sido invitada, la soledad nos aísla, nos muerde y nos hace transitar por una vida plana y apática. La soledad crece con la añoranza de otra vida mejor y en la melancolía de lo que no pudo ser. Se inflama especialmente con los duelos y las ausencias. Se trata de un sentimiento especialmente doloroso y cruel durante la vejez.

Sin embargo la soledad constituye el único marco posible y adecuado para las labores del espíritu. Estar solo y sentirse solo son dos situaciones antagónicas. La soledad es el ingrediente necesario para la reflexión, la sal para meditar nuestras verdades y la escucha para iniciar nuevos caminos. El contacto con lo profundo de nosotros mismos sólo se produce cuando estamos en silencio y en soledad. Porque al distanciarnos del ruido y de la gente nos encontramos frente a frente con nosotros. Crear, escribir, componer o pintar tienen como punto de partida la soledad. Resulta paradójico que la soledad sea lo que propicia el paso de un papel en blanco a esta revista, de lo mudo a una canción, del lienzo al color o de la piedra a la escultura. La soledad convierte la nada en creación y lo indiferente en afectivo. Hasta el día en el que, como decía Miguel de Unamuno, todos terminemos durmiendo en su regazo.