Por Óscar Fernández

A principios de los años 80 el fútbol vasco dominaba la Liga. Primero la Real Sociedad y luego el Athletic Club, con equipos formados casi exclusivamente de canteranos y sin extranjeros que dejaban al Real Madrid el campeonato local. Pero en ese principio de década el Madrid estuvo a punto de hacer historia levantando contra todo pronóstico su séptima Copa de Europa con un equipo plagado de gente de la casa. Aquel “Madrid de los García” aún permanece en el recuerdo de la afición blanca, como las buenas historias de amor pero sin final feliz.

Era aquel un fútbol de campos en mal estado, permisividad arbitral, tanganas y muy pocas estrellas extranjeras. El talento nacional marcaba la diferencia. Los dos conjuntos vascos, al igual que los dos grandes equipos madrileños, el Barça o el Valencia se basaban en jugadores españoles. Desde 1964 hasta 1973 se había prohibido fichar a jugadores extranjeros, con la excepción de aquellos que ya tuvieran contrato con anterioridad. Se suponía que aquella norma iba a elevar el nivel de la Selección Española pero desde 1966 hasta 1978 no nos clasificamos para la fase final de ningún mundial y ningún equipo español ganó una competición europea en 13 años. El nivel de la Liga se resintió solo con jugadores nacionales o nacionalizados, muchos de ellos de forma irregular, los famosos oriundos que decían que sus padres eran de “Celta” u “Osasuna”.

Había que remontarse al NO-DO en 1966 para ver al Madrid levantando una Copa de Europa. Una plantilla que representaba bien eso que reza el himno de “veteranos y noveles”. De estos últimos, algunos hicieron carrera en el club cosechando títulos nacionales y fracasos europeos durante la siguiente década. Icono de aquel grupo fue José Martínez “Pirri”, símbolo de un fútbol de garra no exento de clase y puente entre el Madrid de las 5 Copas con el de los García. Pirri llegó a la ribera de la Castellana en 1964, en pleno apogeo económico y urbanístico con las grúas de obra creciendo como setas por el barrio (ese mismo año se construyó el Edificio Corea) y se despidió en 1980 con la recién nacida democracia y un país que miraba ansioso a Europa. Como capitán fue él quien, en los últimos años de su carrera, dio la bienvenida al Madrid de los García, unos futbolistas que compartían el apellido más común en nuestro país e idénticas ansias de gloria deportiva.

El más veterano era Mariano García Remón, madrileño del barrio de Argüelles y portero durante 14 temporadas del primer equipo. Una de sus épocas como titular coincidió con la ebullición del fenómeno García, qué vivió su momento álgido entre 1980 y 1982, cuando los 5 futbolistas compartieron vestuario. Canteranos como Remón, otros tres Garcías también tocaron la gloria del primer equipo a finales los 70 con nombres tan castizos como Rafa García Cortés, Paco García Hernández y Ángel Pérez García. Los tres se conocían ya de la cantera blanca, donde había surgido ya el sobrenombre de “los García” que marcaría su paso por la élite. Los primeros en subir desde el Castilla, en 1978, fueron García Hernández, un fino estilista que vistió de blanco hasta 1983, cuando se marchó a liderar la medular del CD Castellón, y García Cortés, un polivalente defensa de poderoso disparo que haría carrera en el Real Zaragoza a partir de 1982. Pérez García fue el último en subir y a pesar de su gran actuación marcando a Kevin Keegan, estrella del Hamburgo, en las semifinales de Copa de Europa en 1980, su paso por el Real fue efímero y en 1982 se iría al Elche. Por último, el único no madrileño y que no procedía de la cantera de los cinco, García Navajas, llegó desde el sorprendente Burgos junto con Miguel Ángel Portugal en 1979. Era un defensa difícil de superar que llegaría a debutar con la selección, pero en 1982 también hizo las maletas con dirección a Pucela.

Estos cinco futbolistas, junto con los Juanito, Santillana, Camacho, Stielike y compañía se plantaron inesperadamente en una final de Copa de Europa 15 años después, tras eliminar al Inter de Milán. París esperaba a el 27 de mayo de 1981 a los blancos y a un todopoderoso Liverpool dirigido por Bob Paisley. Según recordaba en una entrevista García Cortes apenas pudo dormir los días previos debido al nerviosismo y la táctica de Boskov, el técnico madridista, fue hacer marcaje al hombre por todo el campo evidenciando el favoritismo del rival. El partido fue bronco, sin apenas oportunidades y se encaminaba a la prórroga cuando un mal bote del balón despistó al propio Cortés y Kennedy fusiló al joven Agustín bajo los palos. Aquel gol acabó con los sueños de un equipo formado por jugadores nacionales que a base de tesón y mucho esfuerzo volvió a poner el escudo del Madrid otra vez en lo más alto, en su única final en 32 temporadas (de 1966 a 1998).

No parece casualidad que de aquella plantilla de París salieran entrenadores como Del Bosque, Camacho, Stielike, Juanito o los 5 Garcías, que en diferentes épocas formaron parte del organigrama del club siendo todos ellos el mejor ejemplo de los valores que hicieron grande al Real Madrid y de un fútbol del que muchas veces añoramos la autenticidad y la cercanía que tiene un García.