El Real Madrid CF celebró sus bodas de plata el 6 de marzo de 1927, cuando aún no se había comenzado a disputar la Liga y apenas podía presumir en su sala de trofeos de 5 Copas del Rey. Veinticinco años después, con motivo de las Bodas de Oro, el club invitó al Millonarios de Bogotá donde jugaba un rubio argentino que cambiaría la historia del Real Madrid para siempre. Durante el siguiente cuarto de siglo las vitrinas blancas recibirían 6 Copas de Europa y 15 Ligas, consolidándose como gran dominador del fútbol español y europeo. Pero en la cronología del club de Chamartín hay otra fecha que cambió simbólicamente su destino y apenas se ha hablado de ella, se cumplen 28 años este 2025 de una noche fatídica y gloriosa a partes iguales.
En enero de 1998 parecía evidente que el Madrid volvería a quedarse sin la Liga (había ganado 2 de las últimas 7), estaba fuera de la Copa eliminado por el Alavés y en Champions League (la competición que había sustituido a la Copa de Europa) había superado un asequible grupo previo ante Oporto, Olympiacos y Rosenborg (con derrota en Noruega incluida) pero estaba lejos de ser favorito. El equipo dirigido por el alemán Heynckes había disputado 17 partidos en los tres primeros meses de aquel año consiguiendo solo 6 victorias. Un plantel con estrellas de la talla de Suker, Mijatovic, Seedorf, Roberto Carlos, Hierro o Fernando Redondo no estaba dando la talla como la temporada anterior con Fabio Capello al mando y solo los dos jóvenes puntas nacionales, Raúl González y Fernando Morientes, se salvaban de las críticas. A todo ello se sumaba el pesado lastre europeo del Madrid: 32 años sin ganar la Copa de Europa y 17 sin llegar tan siquiera a la final. Incluso Mitsubishi aprovechó las navidades de 1994 para lanzar un spot en el que un anciano cabrero preguntaba a un forastero por asuntos de actualidad (“¿dice usted que ese Mateu va disfrazado de Superman persiguiendo a un exministro que está casado con una china? ¿Y Franco que opina de esto?”) para rematar con una frase que se hizo viral: “¿Y qué, el Madrid otra vez campeón de Europa?”.
Los noventa no estaban siendo una buena década para ser madridista, tras el ocaso de la Quinta del Buitre, entrenadores y fichajes de relumbrón desfilaban anualmente por Concha Espina con escaso éxito mientras eternos rivales como el Barça y el Atleti levantaban, respectivamente, una orejona en 1992 y un doblete en el 96. Aquel Madrid de finales de siglo era ya una ciudad plenamente europea, destino de grandes empresas y emergente mercado inmobiliario. La población de la capital se había mantenido constante desde finales de los 70 mientras que había crecido exponencialmente en las localidades del extrarradio. Chamartín había visto erigirse, tras largas obras, las torres KIO que se convertirían inmediatamente en símbolo de Madrid y puerta de Europa.
El 1 de abril de 1998, la fecha que nos ocupa, el Madrid disputaba las semifinales de Champions ante el campeón: el temible Borussia Dortmund, que un año antes había vencido contra pronóstico a la Juve por 3-1 en la final de Múnich. Y precisamente su última víctima en cuartos había sido el propio Bayern de Múnich unas semanas antes. Los alemanes formaban un bloque temible pero no contaban para el duelo del Bernabéu con tres de sus puntales: Möller, Kholer y Sammer. El Madrid se enfrentaba a su destino y prácticamente se jugaba la temporada a una carta, el ambiente desde primeras horas de la tarde era el de las grandes ocasiones, hacía 9 años que no se disputaban unas semifinales en Chamartín. En el interior del estadio no quedaba un solo hueco y a la salida de los jugadores a las 20:41 la locura se desató. Miembros de ultrasur subidos a las vallas del fondo arengaban y tiraban de la red de seguridad con fuerza, tanta que, justo cuando sonaba el himno de la Champions por megafonía, la valla cedió arrastrando consigo a la portería del fondo sur que quedó en el suelo rota e inservible. Se desató entonces el pánico entre los empleados del club que intentaban arreglar la maltrecha portería mientras que un comando de operaciones especiales con Agustín Herrerín, mítico empleado del club, a la cabeza se desplazó a la Ciudad Deportiva en busca de un recambio. En medio de la incertidumbre y el riesgo de suspensión del partido, volvía a flotar la maldición del Real con la que una vez fue “su” Copa de Europa. Como había sucedido en aquellas 3 semis de finales de los 80, al Madrid siempre le pasaba algo.
Los ojos de millones de personas asistían incrédulos a un vodevil durante el cual se probó a meter maderos dentro de los tubos de la portería dañada antes de asistir a la llegada de un enjambre humano de empleados del club introduciendo, no sin dificultades, una nueva meta en el verde de Chamartín ante el delirio del respetable. A las 22 horas, con hora y cuarto de retraso, dio comienzo un partido que pasó doblemente a la historia: desde entonces es obligatorio en cualquier competición UEFA tener porterías de recambio en el propio estadio y aquella fue la noche en que todo cambió para el Real Madrid. El partido deparó un más que positivo 2-0 gracias a los tantos de Morientes y Karembeau, a pesar de las claras ocasiones de unos alemanes que habían llegado a pedir la suspensión del partido y acabaron sembrando la duda de que el nuevo arco era un centímetro más alto que el viejo. Lo que se iría conociendo los días posteriores sería la odisea de Herrerín y su destacamento cuando llegaron a la antigua Ciudad Deportiva. No tenían llaves del almacén y tampoco un vehículo para transportar la portería al Bernabéu. Cándido Gómez y su sobrino Juan Manuel estaban casualmente allí instalando un escenario y dando marcha atrás con su Pegaso forzaron la puerta y con la ayuda de 8 policías cargaron la portería antes de bajar la Castellana saltándose semáforos y direcciones prohibidas. Nunca hubo héroes más inesperados en una gesta deportiva seguida por cientos de millones de personas en todo el mundo.
El resto de la historia es de sobra conocida, el Madrid acabó levantando “la Séptima” un mes después en el Ámsterdam Arena ante la Juventus, en los siguientes 4 años sumaría otras 2 Champions y otras 5 más durante las 20 temporadas siguientes. Ningún club europeo a excepción del Madrid ha levantado 8 Copas de Europa en 70 años de competición y el club blanco lo ha conseguido hacer en tan solo un cuarto de siglo, el mismo que se cumple ahora de aquella noche donde bochorno, parodia y fútbol se dieron la mano para cambiar la historia del club más laureado de este deporte.