A lo largo de sus casi 120 años de historia, el Real Madrid ha ido creando mitos, leyendas e incluso expresiones que ya forman parte del vocabulario popular. En la gran época dorada del club de Concha Espina, la segunda parte de los años 50 y principios de los 60, con algunos de los mejores futbolistas del momento defendiendo su escudo, el Madrid nos regaló a uno de los “antihéroes” más entrañables de nuestro fútbol: Manolín Bueno, el eterno suplente.
Manolín, gaditano de pura cepa, llevaba el fútbol en las venas desde su nacimiento. Hijo de Manuel Bueno, portero del Sevilla que ganó en 1939 la primera Copa tras la Guerra Civil, mantiene el diminutivo incluso a día de hoy, ya octogenario y habitual de tertulias futbolísticas en la Tacita de Plata. En su niñez creció, literalmente, en los campos de Mirandilla y Carranza del Cádiz CF donde su padre era el encargado del mantenimiento. Fue en ese mismo estadio, donde ayudaba pintando las líneas del campo o colocando banderines y redes, el lugar donde comenzó a deslumbrar con 17 años en Segunda División. Ya de aquella los grandes del fútbol español le estaban siguiendo tras sus grandes actuaciones como juvenil, el joven Manolín no pasaba desapercibido. Y no se equivocaban, le bastaron 23 partidos en la división de plata para recibir la llamada del mejor equipo del mundo en la época: el Real Madrid. Estamos hablando de un plantel que venía de ganar su cuarta Copa de Europa consecutiva, con Di Stéfano, Puskás o Gento, que se convertiría, involuntariamente, en actor determinante en la carrera de Manolín.
En aquel verano del 59 arribaron también dos brasileños a las orillas de Chamartín: el campeón del Mundo Didí y el eterno suplente de otro extremo inmortal, Garrincha, Canário. El primero chocó con el ego de Di Stefano y se fue a los pocos meses de vuelta a Brasil, y el segundo hizo carrera en España, primero en Madrid y sobre todo como integrante de los ‘5 Magníficos’ del Zaragoza. El estadio de la Castellana había recibido 4 años atrás el nombre de su gran impulsor y apenas dos después la iluminación artificial que le permitía albergar partidos nocturnos. El gran Madrid de las Copas de Europa estaba alcanzando su cénit tras lograr la cuarta de cuatro disputadas. El 3 de junio de 1959 los blancos levantaban otra orejona (y 40.000 pesetas de la época, una auténtica fortuna, como prima por cabeza) en Stuttgart pero justo 4 días después caían en el Bernabéu en semis de Copa por 2-4 ante aquel Barça de Kubala y Luis Suárez que dirigido por el mítico Helenio Herrera también se llevaría la Liga. La exigencia era enorme.
Por eso el siguiente giro de tuerca en las oficinas blancas era el de potenciar aún más la plantilla para conseguir todos los títulos en juego. Como el propio himno del club reza se buscaba unir “veteranos y noveles”, así pues, a las vacas sagradas se les fueron uniendo entre 1958 y 1962 talentos nacionales de la talla de Luis del Sol (Betis), Amancio (Coruña), Chus Herrera (Oviedo), Pepillo (Sevilla), Araquistáin (Real Sociedad) o nuestro protagonista, Manuel Bueno (Cádiz). En los 30 años posteriores a la Guerra, la capital triplicó su población, en su inmensa mayoría gracias a la inmigración nacional, y el conjunto blanco también quiso poner su granito en esa diáspora interior. Recibir la llamada del Madrid era un sueño para cualquier futbolista joven en una España que comenzaba a recuperarse de la posguerra. De hecho, aquel 1959 fue un año simbólico también para el régimen con la aprobación del Plan de Estabilización Económica que abandonaba la autarquía y, sobre todo, la visita del presidente americano Dwight Eisenhower, cuyas 18 horas en nuestro país fueron muy bien aprovechadas por la propaganda franquista.
Y apenas un mes antes de la escala de Ike, quien por cierto, no rindió visita al Edificio Corea donde residían los militares norteamericanos y que seguía siendo una isla dentro de un océano de descampados que iba desde el Bernabéu hasta Plaza de Castilla, un Manolín de 19 añitos debutada en Chamartín. En aquella primera temporada conseguiría su primera Copa de Europa, quinta consecutiva del club, y meses después la Copa Intercontinental ante Peñarol y con titularidad de Bueno en Montevideo. Con apenas 20 años estaba en la cima del futbol y estaba llamado a sustituir en unos años a un Paco Gento que se encaminaba a su madurez deportiva. Pero, como en las grandes historias, nada se desarrolló según lo esperado, temporada tras temporada Gento seguía jugándolo todo a un gran nivel y la mentalidad de la época, previa a las rotaciones o extremos jugando a pierna cambiada, impedía a Manolín pisar el verde. La proverbial suerte con las lesiones del cántabro y la fe ciega en él de todos los entrenadores dejaba, temporada tras temporada, al gaditano disputando poco más que las primeras rondas de Copa o los famosos partidillos de los jueves, donde Manuel destacaba por encima del resto. Se creo incluso una corriente, minoritaria todo sea dicho, entre el madridismo que defendía que Bueno merecía que se apostase por él definitivamente. El menudo extremo, 65 kilos de peso y 1,65 de altura, no pasaba desapercibido tampoco para el gran rival del Madrid, pero cada vez que el Barça llamaba a Bernabéu para llevarse al gaditano recibía el no por respuesta. Y así fueron pasando las temporadas y una década, la de los 60, completa.
Por el camino el palmarés de Manolín iba aumentando casi de año en años, al final de sus 12 cursos de blanco ganó 8 Ligas, 2 Copas del Generalísimo, otras 2 de Europa y la citada Intercontinental. En esas 12 temporadas tan solo 76 encuentros de Liga, incluyendo 20 en su último año, el único en el que, gracias a los 37 años de Gento, se confió más en él. Pero un mal final de temporada, con derrota en la final de la Recopa ante el Chelsea, propició una “limpieza” de Bernabéu que acabó con Bueno camino del Sevilla donde jugó otros dos años, el primero a muy buen nivel, antes de retirarse. Fue el caso de Manolo absolutamente icónico, seguramente nunca un profesional ha ganado tantos títulos grandes (13) jugando tan pocos partidos oficiales con una camiseta (119), tampoco es normal que un futbolista en activo 15 temporadas sin lesiones graves solo hay jugado 129 partidos de liga, de ellos 114 completos. Un jugador que llegó a ser llamado por la selección nacional B pero se quedó sin jugar con la absoluta porque le cerraron la puerta Enrique Collar y, como no, Paco Gento. Fue testigo de una de las épocas más fascinantes en la historia del Real, de Madrid como ciudad y de un país, que 12 años después de su llegada, había pasado del blanco y negro de NODO al color del turismo y el cine de destape. Y ese barrio de Chamartín que fue también su hogar ya no era, ni sería nunca más un descampado, sino que se había convertido en uno de los barrios más jóvenes, atractivos y vivos de Madrid.