Bajo los adoquines de la Costa Fleming
Sigue siendo un secreto pero a veces las ciudades existen dentro de las ciudades, como matrioskas que esperan a que les levantes la falda y así poder enseñarte lo que no puedes ver a simple vista. O eso querían hacer los americanos que no tenían nada claro qué hacer en Corea pero sí contaban con unas cuantas nociones para convertir la calle del Doctor Fleming en algo más cercano a su American Way of Life, que para entendernos, lo formaban la dosis justa de putas, bares y hamburguesas. Pero al igual que los secretos, que van adoptando nuevas formas a medida que pasan de un individuo a otro, ese lugar que tiene forma de pentágono irregular formado por la línea imaginaria entre Alfredo’s Barbacoa, el Fogón de Sacha, Supermercado Sanchez Romero y el Quiosco de Óscar y unas dimensiones aproximadas de unos 750 metros cuadrados y subiendo, se ha convertido con el paso de los años en algo distinto, en algo especial.
Los perros persiguen pelotas de colores lanzadas por señoras rubias con gafas de sol que parecen treinta años más jóvenes de lo que realmente son dónde antes había campo, giras a las derecha y de pronto, entre las enredaderas que cuelgan de un edificio de seis plantas, surgen los limpios ventanales de El Olvido y giras de nuevo, por detrás de la antigua casa de Francisco Umbral y ya no aparece Bill Wyman ni Raphael, ni Camilo Sesto, ninguna groupie con ganas de melancolía, sino que huele a pan, a esa extraña mezcla de lápices de madera y vino de Chafán, en definitiva a un Madrid dentro de otro Madrid.
¿Qué ha pasado? Simplemente que las cosas cambian pero claro, no lo hacen por arte de magia sino más bien por la extraña necesidad de los que viven y trabajan en esos bloques por mostrar que, bajo los adoquines, hay una playa, no ya de arena sino de tiendas donde las anchoas son exactamente como deben de ser, tirando a gorditas, y los tarros de mermelada de naranja y clementina se confunden con las latas de paella para hacer en veinte minutos en Zamanda y las hamburguesas salen a 6.50 y te las tomas rodeado de carteles de Doctor Zivago con la sensación de que en cualquier momento saldrá un tirolés de debajo de la mesa con los brazos en jarras en el Knight´n´Square (o simplemente El Nait) y te servirá una palangana de cerveza. Y todo a ritmo de Francisco Nixon, a un ritmo distinto, no en el 1 y el 3 sino en el 2 y el 4, algo más lento y pausado, pero al mismo tiempo, siguiendo la pauta de los cánticos coreados en el Bernabéu, esos que normalmente quieren que sean por lo menos 5.
Entre tanto Jorge y sus hermanos, que tienen muchas cosas que hacer entre el diseño, la música, la familia y sus respectivas vidas se unen para conseguir que en la antigua Costa Fleming se viva el barrio. Se conozcan los vecinos, se estrenen cortometrajes y algún largo también, haya música bajo los árboles del parque y todos remen por una vez hacia un mismo lugar, lleno de cosas por hacer. Para los que ahora apenas miden un metro y los que ya llevan un buen trecho recorrido y esperan ver su barrio tal y como lo concibieron aquellos marines americanos rubios y corpulentos en los cincuenta.
Bueno como ellos no, que para eso ahora ha pasado el tiempo y sabemos mejor lo que nos conviene y eso es precisamente hacer cosas juntos, asociarse, equivocarse, convertir las papeleras en bocas de dragones y los parques en carpas de circo, llenar los bordillos de margaritas y comprarse un traje en Langa, que te haga ascender sobre el suelo para darte cuenta, desde la altura de un banco de la Plaza de Castilla, que no importa demasiado lo que el barrio fue en el pasado sino lo que puede ser en el futuro, y es para todos los madrileños.